Cuerpo, salud y autogestión: Hannah Borboleta
Por Alma Rodriguez
Si googleamos “fisiología” o “síntomas de infarto”, nos daremos cuenta de que la mayoría de los libros de anatomía y de estudios fisiológicos están centrados en los cuerpos masculinos: las particularidades de los cuerpos femeninos no fueron consideradas a lo largo del desarrollo de los saberes médicos y aún en la actualidad existe una nube inmensa de ignorancia en torno a ellos. No es de extrañarse si recordamos que desde la antigua Grecia las mujeres eran consideradas “hombres fallidos”, cuerpos extraños que funcionaban mal y de los que había que desconfiar.
De Diosas a brujas herejes
“Todo lo que es concebido como femenino es explotado y usado, y es tan inseguro (para los hombres) que hay que controlarlo”.
Hannah Borboleta
La historia en general ha sido la historia de los hombres: con el asentamiento de la humanidad nació la propiedad privada, y como el ganado, las mujeres “pertenecieron” a los hombres, se convirtieron en moneda de cambio, en contratos y alianzas, posesiones para negociar. Con la imposición de las religiones monoteístas (judaísmo, cristianismo, islam) el dios único arrasó con las deidades femeninas y sus vínculos con la naturaleza porque era un solo dios hombre que, al igual que en la tierra, tendría control y derecho sobre las mujeres. Luego la iglesia, con el apoyo del Estado, se encargó de desechar y enterrar los conocimientos ancestrales de quienes ellos calificaron de herejes, paganas, siervas del diablo, criaturas rupestres sin moral; y desde su miedo, ignorancia y enajenamiento las llamaron brujas, y se encargaron de torturarlas de formas inimaginables y matarlas: el 85% de las víctimas por asesinato registradas entre los siglos XIII y XVIII fueron mujeres.
“Por hablar y por saber cosas nos mataban. Luego el silencio se volvió una estrategia de supervivencia”.
Hannah
Luego, los saberes recopilados por mujeres antiguas fueron desterrados de una buena vez con el nacimiento de las primeras escuelas de medicina obstétrica, y en el siglo XVII el patriarcado se consagró inventando instrumentos como los fórceps o autorizando únicamente a los man-midwifes a usar instrumentos y atender partos complejos. La anestesia obstétrica ayudó a que las mujeres abrazaran la oferta de los hospitales dejando de lado las propuestas de las parteras. Tras la revolución industrial, el colapso de la cultura comunitaria de las mujeres dio pie a que los hospitales se posicionaran de manera definitiva como sitios de “seguridad”.
De partos clínicos a partos humanos
“Si a mi como doula me cuesta mucho nombrar tantas violencias… pero poco a poco, me intimida el sistema médico”. Pamela S.
Este veloz y espeluznante recorrido por el que Hannah Borboleta nos llevó fue suficiente para entender que el miedo al parto natural es el resultado de un largo proceso histórico, por ello no es de extrañar que en la actualidad las cesáreas sean tan recurrentes y más buscadas de lo que recomienda la OMS. Es necesario cuestionar y criticar los saberes hegemónicos, esos que aún precisan instrumentos que hace dos siglos también se usaban para torturar, esos que son perpetuados por quienes se empeñan en tratar a las nuevas madres como objetos de estudio o molestias clínicas en lugar de dar trato humano y digno a quienes están dando a luz en una batalla titánica.
También, resulta necesario reconsiderar la labor de las doulas y las parteras, revalorar sus saberes y tener en mente que sus prácticas -que van más allá de un pragmatismo rápido-, pueden transformar nuestra idea históricamente retorcida de lo que un embarazo y un parto son; hace falta llevar a otro plano los miedos y dudas para conectarnos con lo normal que fue y ha sido el parir desde el principio de la existencia de la humanidad. Las parteras hacen más que traer bebés de manera natural al mundo, también contribuyen disminuyendo el uso de intervenciones médicas, cirugías y tiempo de hospitalización, aumentando la satisfacción y tasas de lactancia, compartiendo sus estudios y saberes sobre el cuerpo femenino, hierbas, remedios que se han usado desde hace siglos y acompañando a quienes necesitan apoyo; es decir, cumplen con el papel de las antiguas mujeres que sabían vivir y compartir en comunidad colaborativa por el bien de ellas mismas y de sus hermanas. Bien vale la pena enterarse de las alternativas que ofrecen, quizá así podríamos reconciliar nuestra humanidad con la tierra, con la naturaleza.