Por Alma Rodríguez
El 26 de septiembre –año de la señora–, a cinco días de una gorda luna llena mermadora de ambientes pandémicos y apocalípticos, 35 mujeres coincidieron en un punto específico del ciberespacio para estudiar, analizar y dialogar sobre un problema que aqueja a la humanidad desde tiempos inmemorables: la deplorable y opresiva realidad androcentrista que las mujeres, por ser mujeres, hemos tenido que sobrellevar y sobrevivir en diferentes contextos históricos y sociales.
Fue fácil confirmar nuestras intuiciones e inquietudes de mujeres tildadas de inadaptadas al contextualizar ese “no sé qué” hostil que siempre percibimos en los entornos machistas. Supimos que desde el siglo XV se plantó la semilla del feminismo, cuando Christine de Pizan dejó de manifiesto en su libro “La ciudad de las damas” (1405), que “no hay texto que esté exento de misoginia, al contrario, filósofos, poetas, moralistas, todos -la lista sería demasiado larga- parecen hablar con la misma voz. Si creemos a esos autores, la mujer sería una vasija que contiene el poso de todos los vicios y males”. Y apenas era el siglo XV, así que supimos que desde Aristóteles, pasando por Rousseau, Hegel, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche y un largo etcétera que llega hasta nuestros días, la consigna ha sido dogmatizar la exclusión de la mujer y alimentar la misoginia en todos los ámbitos posibles; resulta incomprensible dicho propósito y Sor Juana se encargó de plasmar para la posteridad, en el siglo XVII, que los hombres necios seguían acusando sin razón a la mujer.
Por otro lado, nuestra oculta ilusión de que el otro sexo puede empatizar con esta problemática se mantuvo viva cuando supimos que Poullain de la Barre, en el mismo siglo XVII y para sorpresa de sus congéneres, debatía y sostenía que “la mente no tiene sexo” (De la igualdad de los sexos, 1673).
Para el siglo XVIII la madre de Mary Shelley, Mary Wallstonecraft, escribió la “Vindicación de los derechos de la Mujer” (1792) donde llamó “privilegio” al poder que siempre habían ejercido los hombres sobre las mujeres como si fuera un mandato de la naturaleza. Hablar de la desigualdad entre hombres y mujeres dejaba de ser tabú, sin embargo el Código de Napoleón se instauró para dejar en claro que ninguna mujer era dueña de sí misma (Código de Napoleón, art. 321). Afortunadamente, el nuevo mundo fue tierra fértil para continuar la labor de las mujeres europeas, así que Lucretia Mott y Elizabeth Candy Stanton, a la par del Manifiesto Comunista de Marx y Engels, crearon el texto fundacional del sufragismo norteamericano: la Declaración de Sentimientos de Seneca Falls (1848).
Es en ese siglo XIX es cuando Emmeline Pankhurst pasa a la historia con su célebre “prefiero ser rebelde que esclava, insto a las mujeres a la rebelión” (1858) para así mantener vivo el movimiento sufragista. Once años después, mientras Wyoming se convierte en el 1er estado norteamericano que permite votar a las mujeres, John Stuart Mill, pareja de la sufragista Harriet Taylor, publica “La Sujeción de la Mujer” (1869), autobiografía que toma como columna vertebral las experiencias y perspectivas feministas de la vida de Harriet, haciendo que el libro se convierta en un detonante internacional de la lucha feminista.
De estas victorias devienen otros cuestionamientos como los de Sojourner Truth e Ida B. Wells, quienes sufren doble discriminación: por ser mujeres y por ser negras. Las rusas Alexandra Kollantai y Emma Goldman articularon feminismo con marxismo y explicaron por primera vez cómo usar un anticonceptivo, respectivamente.
Luego supimos que la tercera ola del feminismo nació después de la 2ª guerra mundial, cuando Simone de Beauvoir determinó que “no se nace mujer, se llega a serlo” para dar pie al planteamiento de los ejes teóricos de diversos feminismos: Betty Friedan creó el NOW y habló de “el problema que no tiene nombre” en “La mística de la feminidad”; (feminismo liberal); Kate Millet publicó su tesis doctoral “Política sexual“, (Oxford, 1969) (feminismo radical) y Shulamith Firestone publica “La dialéctica del sexo” (feminismo radical marxista). Luego vino el movimiento de liberación de la mujer en los 60’s con protestas, manifiestos e intervenciones en países de Europa y América con acciones bien conocidas por algunas de nuestras tías o abuelas.
“Estoy confundida, no sé si me tengo que etiquetar en uno de los tantos feminismos”, dijo una de las compañeras después de un recuentro veloz de los feminismos decoloniales, negros, anarcofeminismo, radical, liberal, comunitario, ecofeminismo, cultural, latinoamericano, ciberfeminismo, académico, institucional, etc. De inmediato Andrea aclaró que los feminismos atraviesan todas las realidades de las mujeres: es una lucha pareja de todas, hacia y para nosotras.
Al conocer la parte de la historia que en ninguna escuela nos enseñó, algunas compañeras entraron en crisis porque ver la realidad nunca es fácil; otras recordaron aquel momento, hace años, en que tomaron conciencia del problema y encararon una frustración abrumadora, luego tuvieron que hablarlo y llorarlo hasta el cansancio, recuperar la fuerza y caminar siempre adelante, porque como decía mi bisabuela, “para atrás, ni para agarrar vuelo, mijita”.
Todavía quedan muchas preguntas por hacer y mil cosas qué conocer y, como dijo Azu, “cuando vas internándote en el feminismo cada vez necesitas saber más, nunca dejas de aprender, tú misma vas creando tu base de análisis y tu crítica”. Gabriela externó: “vale la pena preguntarse si eso que a ti te exigen, también se lo exigen a los hombres” y Monserrat declaró: “yo siempre he tenido la idea de que los hombres no se cuestionan a profundidad y claro, porque ellos tienen un sistema de privilegios ¿para qué se lo iban a cuestionar?”.
Así que, partiendo de que al ser mujeres compartimos características que nos atraviesan poniendo un piso en común y de que el feminismo es una forma de habitar el mundo, de vivirlo (Andrea), determinamos que tenemos en las manos una alternativa, una óptica distinta para recorrer nuestros caminos de una manera nueva en la que “podamos ser libres de pensar, sentir y ser” (Tessa).
35 mujeres permanecemos aquí por una razón simple y Celia Amorós no pudo haberla expresado de mejor manera: “no queremos lo identitariamente masculino sino lo genéricamente humano”. Es el siglo XXI, así que a las que tenemos un espíritu que va contra corriente como los salmones, nos resulta intolerable replicar conductas cuestionadas desde el siglo XV. Por eso, les aviso que el próximo 17 de octubre –año de la señora–, justo a un día de la luna nueva, se llevará a cabo la segunda sesión de este ciclo de instrucción. Si pueden unirse a la travesía, adelante, porque como dijo la jueza Gloria Poyatos, “El machismo es una enfermedad de transmisión social y su vacuna está en la educación”.
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