Por Tessa Galeana
El feminismo nos influye para modificar nuestra forma de pensar, de sentir, de existir y de exigir el respeto a la vida de las mujeres, sin embargo, la relación que existe entre las mujeres y la naturaleza, a partir de ese cambio de pensar y toma de consciencia dentro del feminismo, es que han surgido luchas para visibilizar la estructura destructiva de los ecosistemas que nos rigen, que el capitalismo y el patriarcado han fomentado, como el ecofeminismo, movimiento con sus propios matices y que intensifica la necesidad de cambiar las formas de relacionarnos con la naturaleza, partiendo desde las miradas feministas para generar ese cambio.

Diana Lilia Trevilla Espinal, Licenciada en Sociología, Maestra en Ciencias y Docente en LUNA, Escuela de Pensamiento Feminista, nos comparte su visión sobre Ecofeminismo en esta entrevista. Recuerda que ella impartirá su módulo en modalidad online, los próximos 23 y 24 de Mayo, en el cual ahondará más sobre este tema.
¿Qué es el ecofeminismo?
Para comenzar me gustaría primero situarme con el propósito de dar cuenta desde dónde hablo, que es también parte de los aportes y aprendizajes de los feminismos disidentes.
Mis ancestros indígenas fueron familias campesinas en Oaxaca (materno) y Toluca (paterno), posteriormente migraron hacia la Ciudad de México. Mis abuelos se emplearon como peones y obreros. Mis abuelas se dedicaron al trabajo doméstico y de cuidados remunerado y no remunerado. Mi madre y padre de clase trabajadora, con su esfuerzo y motivación me dieron la oportunidad de ir a escuelas públicas y acceder a la universidad. He devenido prieta y feminista, a partir de mis raíces y del entrelazamiento de mi práctica cotidiana, en la militancia con mis compañeras y en la formación teórica. Mis intereses y luchas están ligados a la sostenibilidad, la agroecología, el trabajo de cuidados y defensa del territorio, aprendiendo principalmente desde los feminismos descoloniales y antirracistas.
A continuación, compartiré algunas ideas en relación con uno de los temas que cruza con mis intereses y experiencias.
El ecofeminismo, a grandes rasgos, es una propuesta teórico-política plural, que conjunta el análisis radical de los problemas socioambientales, sus consecuencias en los territorios y vidas de las mujeres y las alternativas para transformarlos. Como concepto se le atribuye a la escritora feminista Françoise D’Eaubonne a través de su obra “Le féminisme ou la mort” (1974).
Sin embargo, ha sido enriquecida por muchas otras feministas desde distintas posturas y propuestas ligadas a su contexto histórico, geográfico, cultural y político. Disciplinas como la ética, la filosofía, la política, la geografía, la economía y la agroecología, pero, sobre todo, la práctica y participación en los movimientos sociales dan forma a esta diversidad de ecofeminismos -no sin tensiones y debates-, por lo tanto, se trata de una propuesta en proceso de continua discusión y elaboración.
¿Puede ser una forma de sustentabilidad para las mujeres?
Desde finales del siglo XX se ha hablado cada vez más de sustentabilidad, debido a las evidencias de problemas socioambientales derivados de la industrialización y la explotación de los bienes naturales. Dicho término se propagó cada vez más desde la mirada del Norte global, con el interés de continuar con el crecimiento económico. Especialmente en el Informe Los límites del crecimiento (1972), se habla de “satisfacer las necesidades humanas actuales, sin comprometer las capacidades de las generaciones futuras”.
Los ecofeminismos han hecho diversas críticas a esta noción de sustentabilidad, señalando, entre otras cosas, que esta perspectiva es principalmente androcéntrica, antropocéntrica y ligada al proceso de acumulación del capital. No hay consenso sobre si usar el término sustentabilidad o sostenibilidad, sino que depende de cada postura, pero van construyendo propuestas distintas de concebir las relaciones socioecológicas y la economía.
En mi caso y para contestar esta pregunta, plantearía otras ¿qué queremos sostener las mujeres? ¿cómo estamos actualmente sosteniendo la vida?
El enfoque de sostenibilidad de la vida, al cual me adscribo, precisamente construye una propuesta crítica desde la economía feminista, los ecofeminismos y los feminismos disidentes del sur global.
La mirada hegemónica nos ofrece – y literalmente vende- una sustentabilidad que sirve a un modelo de vida basado en el consumo, la explotación de las personas, de los pueblos y de la tierra. En ese sentido, se trata de un sistema capitalista, pero también patriarcal y colonial. Este sistema saca provecho de nosotras las mujeres, pues somos utilizadas como reproductoras de seres humanos a su servicio a través de la explotación del trabajo de cuidados regularmente no pagado, no valorado e invisibilizado. A su vez, extrae de los territorios todo aquello que considera recurso y que vuelve mercancía, incluyendo la fuerza de trabajo. Además, se apropia de los conocimientos indígenas y campesinos que le sirven, mientras devalúa todo aquello que dentro de sus culturas no le sirve al capital.
El enfoque de sostenibilidad de la vida nos invita a cuestionar toda esta estructura de relaciones de poder y desigualdad, para posicionarnos hacia su transformación.
¿Cómo y cuándo surge el ecofeminismo?
Si bien, decíamos que como concepto tiene un contexto específico. Si seguimos con la reflexión de la sostenibilidad de la vida, tendríamos que indagar en nuestras propias genealogías ¿Cómo, cuándo y de qué manera, nuestras ancestras en nuestras familias, comunidades y pueblos han sostenido la vida?
Sostener es impedir que algo se caiga, apoyar, preservar. Sostener la vida es cuidarla y eso implica que reconocemos su fragilidad, que nos asumimos vulnerables, que no podemos prescindir ni de otras personas, ni de condiciones materiales como la tierra, las semillas, las fuentes de agua, los bosques y otros ecosistemas, los alimentos sanos, la buena salud. En suma, que estamos conectados en una compleja trama de la vida.
¿Quiénes nos han cuidado? Principalmente han sido las mujeres y todas las personas que destinan tiempo y trabajo de cuidados, procurando nuestra crianza, alimentación, salud, higiene, vestido, el aprovisionamiento de lo necesario en las casas, pero también a través del afecto para mantener nuestro buen ánimo y apoyarnos.
¿Quiénes siembran los alimentos? ¿Quiénes limpian en nuestras comunidades/espacios? ¿Quiénes forman a las niñas y niños? ¿Quiénes curan a las personas enfermas? ¿Quiénes separan los desechos? ¿Quiénes defienden los territorios contra los proyectos extractivistas?
En todos estos ámbitos, si bien, pueden participar no solo mujeres o cuerpos feminizados, son ellas quienes atraviesan por situaciones, motivaciones, estrategias que cuidan y defienden la vida. No obstante, también son quienes se encuentran regularmente en condiciones de desigualdad, con poco reconocimiento y valoración social, así como en contextos de mayor precariedad.
Si pensamos en los ecofeminismos como todas aquellas estrategias de resistencia que luchan contra la degradación de la tierra, la explotación de los territorios, así como en contra de la violencia hacia las mujeres y cuerpos feminizados, no tiene un tiempo específico de inicio, ni una sola forma de llevarse a cabo.
Las propias abuelas, madres, vecinas, amigas, hijas, e incluso nosotras, podríamos estar realizando acciones ecofeministas.
¿Cómo es el proceso para asumirse feminista y dentro del movimiento aplicar el ecofeminismo?
No sé cómo sería un proceso para asumirse feminista ni ecofeminista, o si exista un modelo. Quizá algo en lo que muchas coincidimos es que devenir feminista pasa por todo el cuerpo, por lo que sentimos, vivimos, pensamos, a lo que nos enfrentamos, por nuestra historia y raíces, pero también por las fugas, grietas y rupturas que hacemos.
Quizá sería importante preguntarnos ¿Qué pasa actualmente en nuestros territorios? ¿Cómo los habitamos? ¿Qué afectaciones vemos en términos amplios? ¿Cómo estos daños se conectan con lo que pasa en todo el mundo? ¿Qué consecuencias diferenciadas tiene para las personas?
Sabemos que los procesos feministas van poco a poco, a nuestros tiempos, contextos, realidades ¿Cómo se toma en cuenta eso para practicar el ecofeminismo?
Como decía anteriormente, hay que preguntarnos mucho. Pero, sobre todo, preguntarnos cosas básicas de nuestro día a día, por ejemplo, sobre el origen de nuestros alimentos, que se conecta con las formas de explotar la tierra y a las personas que los siembran; el uso indiscriminado de fertilizantes y otros agroquímicos de alta toxicidad; las implicaciones en nuestros cuerpos y las enfermedades que se derivan.
O bien, sobre los ritmos de consumo y desecho que llevamos a cabo en nuestros hogares; las distancias largas que implica consumir un producto que sin duda requiere de la dependencia de combustible para su transportación y transformación. Los productos que utilizamos en general en casa. Todo ello, impacta en fenómenos como el calentamiento global y el cambio climático.
Incluso, tendríamos que preguntarnos de dónde vienen las ideas que tenemos sobre la sanitización y limpieza. O bien, sobre lo que implica “cuidar el ambiente” y ser “ambientalmente responsable”, pues proliferan discursos “ecofriendly” que responden a la misma lógica de capitalismo y colonización.
Hay muchas preguntas que hacernos, pero no para entrar en una dinámica de culpabilización, ni de responsabilidad individual, sino para trascender esto, para entender la complejidad estructural sobre los daños socioambientales, para conectar nuestras reflexiones sobre el sistema patriarcal, capitalista y colonial. Para que, a nuestro tiempo y a nuestro modo, nos sumemos en la medida de lo posible, a procesos organizativos desde lo más local, hasta los grandes movimientos en contra del sistema agroindustrial, el extractivismo y el despojo de los territorios.
Cuéntame una experiencia propia sobre tu acercamiento al ecofeminismo y cómo ha modificado tu andar.
Como contaba al inicio, vengo de familias indígenas y campesinas, la memoria de nuestras culturas está en la práctica cotidiana, en todo el cuerpo, en cómo habitamos los espacios. Crecí durante mi infancia con mi abuela Lilia, indígena mixteca. Ella me crio y me enseñó siempre sobre el cuidado de las plantas, tenía un espacio en un terreno en Chalco donde sembraba milpa: maíz, chilacayote, chile, frijol, cabalaza. En su casa en Neza, siempre tenía plantas en el patio y la azotea: flores, nopales, epazote, cilantro, jitomate, perejil, ajos; árboles en jardineras. Cocinaba también muchas recetas de Oaxaca, usaba su molcajete y metate, montaba su cocina de leña y criaba pollos y guajolotes en la azotea -aunque mi mamá y tíxs le pusieron cocina integral-; recolectaba agua de lluvia; separaba los desechos y no le gustaba generar basura; usaba muchas plantas y medicina ancestral. Mi abuela hablaba siempre de su tierra y para ella nunca estaba por encima la vida humana de la de la cualquier planta o animal. Además, agradecía todo el tiempo por lo que veía, por “la divina creación” decía ella. Mi abuela no fue sumisa, siempre contestaba, daba su opinión y se defendía. Ella, como muchas mujeres, no necesariamente se asumió feminista o ecofeminista -incluso no tendrían por qué asumirse como tales-, pero sus enseñanzas influyeron en mí, sobre la valoración de nuestros orígenes, del cuidado de la tierra, de los cuerpos y de la vida.