
El feminismo que nos atraviesa a todas
Entrevista con Vicra Rojas Lozano, Profesora y Activista feminista
Por Tessa Galeana
El feminismo es una ideología política que nos ha permitido visibilizar las situaciones vulnerables en las que nos encontramos, pero cada una de nosotras tiene su forma, tiempo y proceso para poder entenderlo, reconocerlo y aceptarlo. Vicra Rojas, es una activista feminista, que acompaña y teje redes en su contexto y realidad, te invitamos a leer la siguiente entrevista:
¿Cómo conociste el feminismo?
“Ojalá todas las mujeres y niñas conocieran el feminismo antes de llegar a la Universidad” (Post leído en redes sociales)
Yo sí fui de la generación que conoció el feminismo hasta llegar a la Universidad y lo conocí solo como materia optativa. Triste ¿no? A finales del siglo XX no había colectivas, ni conversatorios, ni profesoras que nos hablaran de género o de la violencia que vivíamos las mujeres y mucho menos de feminismo. Mi escuela no era marxista, así que a lo mucho, llegábamos a hablar de estratificación social, desigualdades sociales y de poder, porque Faucault era el Dios de todos.
Cuando salí de la Universidad solo había una profesora que se dedicaba a trabajar temas de género en una Facultad que decía ser de Ciencias Sociales y Políticas. Así de ausente estaban las discusiones en el aula. Recuerdo que cuando egresé, esta profesora ganó el premio estatal que lanzó el Instituto Mexiquense de la Mujer y la Dirección General de Registro Civil en 2003 para “modernizar” el mensaje matrimonial civil que se leía en el Estado de México al no considerarlo vigente ¿Quién consideraría vigente la odiosa Epístola de Melchor Ocampo creada en 1859 en pleno siglo XXI? El priismo mexiquense, por supuesto.
Por la formación que tuve en esta universidad y los profesores que fueron significativos en mi formación, me decidí a repensar el mundo desde una mirada intercultural. Creía que la diversidad cultural en un país como México tendría que ser la categoría central para el análisis social. Y así empecé mi camino, trabajando con poblaciones originarias; pero sin mirar la diferencia abismal que existe entre un hombre y una mujer mazahua, o una niña y adulta tsotsil o entre una mujer ch’ol y otra afromexicana.
Cuando llegué a la maestría conocí a una de mis mejores amigas, ella sí era feminista y fue por ella que empecé a mirar el mundo de otra manera, sobre todo a través del feminismo comunitario. Después, trabajando en una Universidad Intercultural, otra amiga volvió a moverme el piso con su teoría económica feminista. Las dos, más que por la teoría, me enseñaron lo que era el feminismo a través del cotidiano, con su praxis y su empatía. Me enseñaron lo que significa accionar y acuerpar. Me enseñaron de sororidad y me dieron esperanzas.
Al feminismo lo conocí a través de la praxis de dos mujeres, después a través del accionar de muchas otras de las que todos los días me nutro tanto en redes sociales como fuera de ellas. Finalmente, asumí mi postura política cuando parí a mi hija. Ella fue la que me ayudó a llevar a cabo mi primer acto político en favor de las mujeres. El acto más cabronamente fuerte y sororo que he realizado. Me ayudó a reconciliarme con mis ancestras y a reconocerlas en sus dolores y esfuerzos, en su silencio y soledad, en todo el cúmulo de violencias vividas y reproducidas. Me ayudó a mirarme en ellas, a perdonarme, amarme y a amarlas como eran/como somos.
¿Qué significa el feminismo para ti?
El feminismo es una herramienta, es praxis, es un pensamiento filosófico, una propuesta teórica, es un posicionamiento político y una forma de accionar para hacer más vivible este mundo para nosotras.
¿Qué acciones llevas a cabo para visibilizar las problemáticas de las mujeres?
“Como mujeres que trabajan en lo inmediato, que se rompen la madre todos los días para hacer este mundo más habitable, enunciamos que hacen falta manos porque siempre hay mujeres solas enfrentándose al mundo y sus violencias” (Morras Help Morras).
Aborté cuando tenía 32 años. Tenía claro que no quería ser madre así que gracias a la red de mujeres que tenía en ese momento pude hacerlo de una manera segura: acudí a la Interrupción Legal del Embarazo (ILE) en Ciudad de México. Reconozco que fui privilegiada al tener la información y dinero para viajar para poder optar por la causal voluntaria, que en ese entonces llevaba cuatro años de haberse legalizado. Sí ¡Aborté! Yo no tenía ningún problema por haberlo hecho, pero tampoco podía hablarlo públicamente, no podía decir abiertamente “que estaba feliz y tranquila con ello” ¿Por qué? Porque tenía miedo a ser estigmatizada, miedo como lo tienen todas o casi todas las mujeres que hemos pasado por este proceso; porque nuestra principal bronca no es con nuestra decisión o con el procedimiento, sino con todo lo que le rodea: estigma, violencia, soledad. Todas, situaciones a las que te condena una sociedad que te castiga con la obligatoriedad de ser madre o con el estigma de ser puta irresponsable.
En 2014, tres años después del aborto, volví a quedar embarazada y esta vez decidí ser madre. Hablar de mi aborto se hizo necesario en ese momento, entendí que abortar era la decisión más responsable que había tomado y que parir y ser madre era la decisión más dolorosa por la que estaba atravesando, otra vez, no por mí o por mi hija, sino por la misma soledad, estigma y violencia a la que también te condenan. Porque como dice Virginie Despentes (2019) “… la maternidad se ha vuelto una experiencia femenina ineludible, valorada por encima de cualquier otra” (:26), incluso más que nuestra propia vida. Porque al abortar o al ser madres, es necesario hacernos sentir que hemos fracasado. Y lo peor de todo es que se nos responsabiliza de “un fracaso que es, en realidad, colectivo, social y no femenino (:27).
Este mundo no está hecho para maternar en libertad ni para disfrutar, por eso decidí que tenía que hablar de mi aborto. Fue entonces que conocí a las mujeres que integran a #FondoMaría y me hice acompañante de mujeres en situación de aborto. Acompañar, tanto a la distancia como de manera presencial, se hizo una manera de acompañarme a mí misma, de buscar libertad y felicidad, de creer que nosotras merecemos un mundo mejor, así que se hizo mi manera de hacerlo posible en lo inmediato.
Después de hacerme acompañante de mujeres en situación de aborto también empecé a acompañar a mujeres en situación de violencia. Hace poco, leí un comunicado de las #MorrasHelpMorras, que decía que aquí lo que se necesita “son manos” y es cierto. Acompañar a mujeres que deciden abortar fue el primer camino para empezar a tejer diversas redes de acompañamiento. Cuando te das cuenta tu teléfono, tu agenda, tus días, están llenos de grupos de mujeres que andan en lo mismo que tú y ya no puedes detenerte.
¿Cómo es ser acompañantes de aborto?
“Las redes de acompañamiento salvan vidas”(Post leído en Facebook).
Acompañar es saber que las mujeres son autónomas, responsables, que es su proceso y su decisión. Acompañar no es estar siempre y a todas horas, pero es estar para escuchar y para dar lo que la mujer necesita. A veces las mujeres no quieren información porque ya hay un chingo en la red, solo necesitan sentirse acompañadas. No sólo es conocer el protocolo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para el uso del medicamento, es saber que esa mujer tiene otras cosas que resolver en lo inmediato: dinero, hijxs, comida, novio/esposo violento, suegra/madre/hermanas/amigas que la presionan para que no aborté, trabajo, falta de habitación propia y tiempo para dedicarle a su proceso. Acompañar es saber que el aborto feminista y sororo sigue siendo un privilegio. Acompañar es saber que es una pinche injusticia que solo esté aceptada la causal voluntaria en la Ciudad de México y que sean sobre todo las mujeres en situación de pobreza las criminalizadas. Acompañar es saber que el aborto es un problema de salud pública porque sigue habiendo mujeres que mueren por practicarse abortos inseguros y en la clandestinidad. Acompañar es ponerte al tiro con los profesionales de la salud que trabajan en los servicios ILE de la Ciudad y que se quieren pasar de vivos: revictimizando o criminalizando. También es mandar a la chingada a estos mismos profesionales que creen que tienen la hegemonía sobre el saber de nuestros cuerpos y nos tildan de ignorantes y nos infantilizan por usar miso sin acudir a ellxs. Acompañar es saber que seguimos hablando de aborto y jamás hablamos de “cómo hacemos para que baje la regla”, porque ignoramos los procesos de las mujeres pertenecientes a poblaciones originarias y estigmatizamos sus particulares formas de atenderlos. Acompañar es tenerte que aguantar las ganas de mandar a la mierda al hombre que acompaña a la mujer a la ILE y que sabes que no asume la responsabilidad más que de poner el dinero para el pago del servicio. Acompañar es darle información a tu misma familia y guardar el silencio que ellas y ellos te piden. Porque abortamos todos los días, pero no se lo decimos a nadie. Acompañar es acompañarte, acompañando las decisiones de otras. Acompañar es accionar en lo inmediato para buscar hacer este pinche mundo más habitable para nosotras. Acompañar es saber que las redes salvan vidas y apostamos por ellas. Acompañar es luchar por nuestro principal territorio: nuestro cuerpo.
¿Con qué colectivas accionas?
“Hay grandes diferencias entre formar grupos y tejer comunidad” (Diana Li Trevilla).
No pertenezco a ningún grupo, ni he formado ninguno. Prefiero pensarme como tejedora de redes y buscadora de comunidad, y es así como he encontrado en el camino a mujeres para accionar. Primero tengo a mi hija, hermanas y amigas más cercanas con quien discuto y de las que me nutro todos los días y con las cuales trabajo en el cotidiano. Después tengo a mis amigas de Fondo María, mujeres sororas que están dispuestas a vérselas con el patriarcado biomédico de formación positivista para arráncales un poder y un saber que no les pertenece: el de nuestro cuerpo. Como por convicción soy tabasqueña, también busco cada que puedo, trabajar con diferentes mujeres de colectivas del estado, porque desde el sur también estamos resistiendo. Y como soy una mexiquense recién retornada a su terruño, empiezo a trabajar y visibilizar la lucha de las mujeres de la periferia con diferentes compañeras de los municipios del noroeste del EdoMéx. Porque ser el estado más feminicida de este país viene de la mano con una conurbación que nos chingó y el lastre priista que cargamos.
¿Qué lecturas recomiendas a toda mujer que desea conocer el feminismo?
Porque cada una tiene sus procesos, sus rutas y sus tiempos, más que recomendar, me recomiendo leer feminismos: que nos atraviesen, nos miren y en los que podamos encontrarnos y reconocernos. Incluso hay que leer a mujeres que no necesariamente se posiciones como feministas pero cuyo trabajo sea central para re-pensarnos en nuestros propios contextos latinoamericanos y periféricos.
Leer más feminismos mexicanos (Marcela Lagarde, Karina Ochoa, Yasyana Elena Aguilar, Dahlia de la Cerda), Periféricos (Lugones, Yuderkys Espinoza, Gladys Tzul Tzul) y Comunitarios (Julieta Paredes, Adriana Guzmán).
En este momento estoy leyendo “Teoría King Kong” de Virginie Despentes que me trae llorando todo el tiempo, “Aborto en la escuela” de Kathy Acker, que me tiene como la imagen de su portada y a “Mujeres que corren con lobos” de Clarissa Pinkola, que llevo años tratando de terminar, pero algo me pasa que siempre la suelto.
¿Te consideras referente para otras mujeres?
Me considero una mano más entre el chinguero de manos que se necesitan en esta lucha.
¿A qué te dedicas para obtener remuneración económica?
Soy profesora de asignatura y serlo en este país es carga de trabajo, ausencia de derechos laborales y precarización. La academia es machista y su sistema productivista también nos lanza un mensaje claro: entran solo los que les son eficaces al sistema y una mujer con la mitad de su tiempo criando, otra parte de su tiempo cuidando que no la maten y todos el tiempo luchando con las reglas patriarcales, no es eficaz al sistema.
¿Estamos en un momento histórico para el feminismo mexicano, consideras que estamos abriendo una brecha perdurable?
El feminismo mexicano está creciendo no solo en cantidad, también en fuerza, en conciencia, en radicalismo, en diversidad de posturas y de lugares desde los que se moviliza y que se defienden. Creo que este momento políticamente hablando es adecuado y obliga a seguir ejerciendo presión y no bajar la guardia.
Tengo que decir tristemente que yo sí creí que este gobierno podría marcar una diferencia en su agenda política para con las mujeres; pero veo con coraje e indignación que no es así, que macho de izquierda no es Presidente de una y menos compañero de lucha. Así que por ahí no es el asunto. Donde sí veo un cambio y posibilidades de incidir, es a través de las niñas y las jóvenes a las que el feminismo ya no les llaga de manera teórica ni en las aulas, ahí veo el potencial actual. Ya no somos unas cuantas, somos un chingo y estamos en todas las generaciones, así que si este momento puede marcar cambios perdurables, están ahí: en el linaje que estamos construyendo. En las nuevas relaciones madre-hija que estamos formulando, en las relaciones amistosas y de complicidad que estamos generando, en las nuevas formas laborales que estamos re-creando, en los vínculos emocionales que estamos re-planteando y en las redes a través de las cuales estamos salvando nuestras vidas.