Por Tessa Galeana
Los feminicidas, además de arrebatar la vida a las mujeres, también roban la vida de quienes tenían vínculos cercanos con ellas, las madres de las víctimas y las hijas o hijos, quienes también terminan siendo víctimas del sistema patriarcal que protege a los feminicidas.

Las madres se ven afectadas, no solo en la cuestión emocional, sino también en la económica, su salud se ve mermada, porque buscan que los asesinos de sus hijas paguen lo que hicieron. La desesperación las invade, sus rostros reflejan el cansancio, el dolor; sus lágrimas corren por sus mejillas, hasta secarse por completo. Las madres toman fuerza de donde sea, para seguir en la exigencia de justicia, son ellas quienes van peregrinando, clamando por un castigo digno a los feminicidas, aunque saben que sus hijas no volverán a casa, que no volverán a abrazarlas.
El Estado no les ofrece apoyo psicológico, jurídico o económico, ellas tienen que acercarse a las redes que se han ido creando desde la popularidad. Escasean sus alimentos, su vida no puede volver a la normalidad, ya no confían en las instituciones y sin embargo, continúan dando su aliento, intentando seguir respirando, alzando la voz lo más que pueden.
Pocas veces se toma en cuenta esto, en las víctimas que quedan tras un feminicidio y es porque al no tener un buen sistema de justicia, no existe empatía por quienes terminan afectadas y afectados. Madres que tienen que seguir trabajando, porque los gastos siguen y viven al día, que llegan a casa y miran las fotos de sus hijas, muchas pierden el sentido a comer, olvidan sonreír. Nadie está en la mente de ellas, nadie siente lo que ellas, ni puede saber lo que sueñan, lo que añoran. Ellas ya no tienen miedo de perderlo todo, pues todo lo perdieron cuando les arrebataron a sus hijas.

Muchas de ellas, también son abuelas, se ven en la necesidad de criar a sus nietas o nietos, porque nadie más lo hará, se convierten en madres por imposición una vez más, no pueden desamparar a las infancias, pero cómo pueden mirar a sus nietas y nietos sin ver reflejados los rostros de sus hijas en ellas y ellos, cómo pueden ellas guardar tanto dolor para poder brindarle cariño a las crías. Con un padre ausente, prófugo de la justicia, un feminicida que no aporta nada para cuidados, manutención y mucho menos emocionalmente, niñas y niños se quedan al cuidado de la abuela materna, quien tiene que redoblar esfuerzos para conseguir estabilidad para las infancias.
Las hijas e hijos, sobre todo los menores de edad, quienes no tienen conciencia de lo que está ocurriendo a su alrededor, crecen sin sus madres, sin las caricias, sin los abrazos, estos son sustituidos por las abuelas, quienes también tienen el corazón roto. Niñas y niños que no pueden externar el dolor que se siente al perder a un ser querido, porque no lo saben aún. Crecen sabiendo que su madre no está, porque las abuelas no quieren borrar la esencia de lo que su hija fue y comparten a sus nietas o nietos lo que su madre fue en vida, la digna reivindicación de un ser que fue despojado de la vida.
Cuando las hijas e hijos se encuentran en la adolescencia, padecen de un acallamiento, pues sus voces no se escuchan, por no tener la mayoría de edad; hay quienes también se quedan al cuidado de las abuelas y les toca mirar todo lo que conlleva el dolor de una madre, además de sentir la ausencia de la suya. Adolescentes que tampoco son tomados en cuenta para apoyo del Estado ¿Cómo pueden dormir tranquilas y tranquilos? Sabiendo que a su madre la asesinaron, que no hay justicia, que el asesino es su padre y que está siendo solapado por las instituciones que tanto hablan de protección y seguridad de las infancias. Cuando la economía escasea, se ven obligadas y obligados a apoyar trabajando también, pues las bocas para alimentar son más y quien se encargaba de solventar esos gastos ya no está.

Un feminicidio contiene varias realidades entrelazadas, las madres, padres, hijas e hijos, hermanas, hermanos de las víctimas; además, también están las madres de los asesinos, quienes también sufren porque creen imposible que sus hijos cometieran tal atrocidad y caen en el solapamiento por igual.
Son las mujeres, niñas y niños, quienes siempre terminan más lastimadas y lastimados, en todos los sentidos. Es la posición androcéntrica de poder y control en el sistema en el que nos encontramos; a las mujeres se nos culpa por todo, a las víctimas por haber sido asesinadas, a las madres por no haber cuidado a las hijas, a todas por nacer mujeres.
Un feminicidio termina con la vida de la mujer asesinada y de quienes le sobreviven, vidas lastimadas, porque la nula seguridad y práctica de justicia en nuestro país, conlleva a daños colaterales. Medios de comunicación aliados del sistema patriarcal, tergiversando las noticias, hablando solo de la vida de las víctimas, pero jamás señalando a los feminicidas. Las víctimas de un feminicidio, entran en un calvario mediático, lleno de misoginia y además, son ignoradas.
El dolor ajeno ya no conmueve, porque la sociedad aliada es como un robot, que mecánicamente actúa bajo el orden establecido, hasta que otra víctima es asesinada y más víctimas se unen al grupo que alberga dolor, rabia, ira, indignación. El adormecimiento patriarcal va acomodando a los grupos vulnerables en la zona invisible, mientras que los asesinos viven de manera fácil, rehaciendo sus vidas, fingiendo, mintiendo a otras mujeres sobre sus acciones. Los feminicidios no son casos aislados, son hechos reales, visibilizados y nombrados, donde madres, hijas e hijos son las víctimas sobrevivientes.
